"Se arrodilló ante ella
Y la miró fijamente.
Sus ojos ya eran vidriosos, opacos
pero seguían reflejando vida"
=OoNaii.=
¿Y si la cara que ponían los actores de cine al morir fuera absolutamente fingida? Yo nunca había visto morir a nadie, y no es que fuera morboso, pero ya tenía rato queriendo saber cómo era una persona muriendo. La verdad es que nunca me habían convencido las escenas de muertes ni de películas, ni novelas, ni teatro, y ni siquiera como las narraban en las radionovelas. Siempre me quedaba con una impresión de falsedad absoluta, de algo totalmente sintético. Y recuerdo que pensaba: "ni ellos han de saber como es una persona muriendo". Posiblemente era cierto.
Al principio, era solamente una idea, vaga, que aparecía cada vez que miraba un programa o iba al cine, para desaparecer pocos momentos después. Y difícilmente volvía a mi cabeza el deseo de ver la muerte. Recuerdo que una vez le grité como desaforado al conductor del microbús "¡pare, por favor pare aquí, tengo que bajar ahora!" un día que vi un accidente brutal en la calle, pero el conductor aceleró más su camión y hasta cerró las puertas, como adivinando mis intenciones enfermizas. Ante la mirada desconcertada y horrorizada de los demás pasajeros, sólo volví a sentarme y volví a colocarme mis audífonos, como si nada hubiese ocurrido. Creo que fue desde ese día que comenzó todo.
A partir de ahí, me despertaba un tanto ansioso de buscar en el periódico la nota roja, y mientras más sangrientas se veían las fotos, más me cautivaban, y buscaba como poseído, el rostro del desgraciado, y examinaba minuciosamente su gesto, cada arruga, cada facción, para terminar invariablemente decepcionado, desencantado, aburrido, vacío. Se me fue haciendo una adicción (o una peculiar costumbre, decía yo). A eso le siguió un gusto por buscar en Internet "imágenes de muertes reales" donde aparecía cualquier tipo de cosas, menos la realidad. Exageradas, indudablemente actuadas. Nada me satisfacía.
Lo que más se acercó a la posibilidad de presenciar la muerte, fueron mis rondas nocturnas en las salas de urgencias, donde fingiendo ser un hombre desesperado que buscaba a un familiar, logré ser testigo de algunas muertes. Unas violentas, otras bellamente pacíficas, pero todas contaminadas por el reflejo de un cristal que me impedía entrar a la sala de Tanatos, y la infranqueable distancia entre el paciente y yo, opacada la vista por unos muros indestructibles llamados médicos. Mis rondas terminaron el día que por la fuerza, me sacaron dos policías más bravucones que imponentes, por que la gente del hospital pensaba que era un enfermo mental o un delincuente.
Ya no tenía mi droga, la más efectiva hasta el momento, la sala de urgencias. Y me invadía una desesperación espantosa. Pero poco a poco fue desapareciendo esa ansiedad de buscar a la muerte, con un poco de activad nocturna y pastillas para dormir. Lo curioso del asunto, es que tenía unas pesadillas horrorosas: asesinatos que siempre culminaban en charcos de sangre, confusos como películas que se les han cortado muchas escenas, desordenadas y algunas veces mezcladas unas con otras. Y de nuevo, al día siguiente, a buscar la nota roja. Pero la nota roja no era para nada la solución… cada día me encontraba en sus artículos, repeticiones de otras escenas, como si nunca ofrecieran algo realmente diferente nuevo, fresco. A veces me daba la impresión de adivinar antes de abrir el periódico, lo que iba a encontrar en sus artículos.
Y todo se volvía cíclico, repetitivo: mis “pesadillas” (por que en realidad, eran hasta cierto punto agradables, pues era lo único que más o menos se acercaba a lo que quería) eran las mismas, noche a noche, pero cambiaban un poco, a veces la víctima era una señora, otras veces un niño o un joven y hubo una o dos donde fue un perro. Pero el asesinato era el mismo… la misma forma, el mismo modus, el mismo ritual. Y también la nota roja. Se había vuelto aburrida, tediosa: los mismos accidentes, balazos, cuchillos y asesinatos. Todos casi iguales, a veces era una señora, un muchacho joven o un niño. Incluso perros atropellados.
El último sueño que recuerdo, fue particularmente fresco, real. El asesino tomó un cable, y acercándose sigilosamente al respaldo de la mecedora, rodeó con el cable el cuello de la joven que dormitaba. Suave, al principio, fue poco a poco aplicando más y más fuerza, hasta que sofocada, despertó. Antes de que pudiera emitir el menor sonido, él presiono más, la dejó sin poder gritar. Mientras que, con una mano jalaba el cable y le cortaba la respiración (lo suficiente para debilitarla sin matarla todavía) con la otra, sacó el largo cuchillo de su bota, y rodeando la mecedora se puso frente a ella. Lenta, pero decididamente, comenzó a trazar una línea carmesí a lo largo de su garganta, que se abrió como un suave y jugoso mango, derramando todo su néctar en sus manos, y mientras le miraba fijamente a los ojos, notó una expresión en su mirada, mezcla de terror, furia y resignación, que lo hicieron sentir el hombre más sereno, tranquilo, feliz. Se sentía realmente poseedor de un secreto terrible, pero hermoso: la muerte.
Ahora, ya no se que hacer con mi sueño… pero tampoco se que hacer con el cuchillo y las mangas de mi camisa teñidas.
Al principio, era solamente una idea, vaga, que aparecía cada vez que miraba un programa o iba al cine, para desaparecer pocos momentos después. Y difícilmente volvía a mi cabeza el deseo de ver la muerte. Recuerdo que una vez le grité como desaforado al conductor del microbús "¡pare, por favor pare aquí, tengo que bajar ahora!" un día que vi un accidente brutal en la calle, pero el conductor aceleró más su camión y hasta cerró las puertas, como adivinando mis intenciones enfermizas. Ante la mirada desconcertada y horrorizada de los demás pasajeros, sólo volví a sentarme y volví a colocarme mis audífonos, como si nada hubiese ocurrido. Creo que fue desde ese día que comenzó todo.
A partir de ahí, me despertaba un tanto ansioso de buscar en el periódico la nota roja, y mientras más sangrientas se veían las fotos, más me cautivaban, y buscaba como poseído, el rostro del desgraciado, y examinaba minuciosamente su gesto, cada arruga, cada facción, para terminar invariablemente decepcionado, desencantado, aburrido, vacío. Se me fue haciendo una adicción (o una peculiar costumbre, decía yo). A eso le siguió un gusto por buscar en Internet "imágenes de muertes reales" donde aparecía cualquier tipo de cosas, menos la realidad. Exageradas, indudablemente actuadas. Nada me satisfacía.
Lo que más se acercó a la posibilidad de presenciar la muerte, fueron mis rondas nocturnas en las salas de urgencias, donde fingiendo ser un hombre desesperado que buscaba a un familiar, logré ser testigo de algunas muertes. Unas violentas, otras bellamente pacíficas, pero todas contaminadas por el reflejo de un cristal que me impedía entrar a la sala de Tanatos, y la infranqueable distancia entre el paciente y yo, opacada la vista por unos muros indestructibles llamados médicos. Mis rondas terminaron el día que por la fuerza, me sacaron dos policías más bravucones que imponentes, por que la gente del hospital pensaba que era un enfermo mental o un delincuente.
Ya no tenía mi droga, la más efectiva hasta el momento, la sala de urgencias. Y me invadía una desesperación espantosa. Pero poco a poco fue desapareciendo esa ansiedad de buscar a la muerte, con un poco de activad nocturna y pastillas para dormir. Lo curioso del asunto, es que tenía unas pesadillas horrorosas: asesinatos que siempre culminaban en charcos de sangre, confusos como películas que se les han cortado muchas escenas, desordenadas y algunas veces mezcladas unas con otras. Y de nuevo, al día siguiente, a buscar la nota roja. Pero la nota roja no era para nada la solución… cada día me encontraba en sus artículos, repeticiones de otras escenas, como si nunca ofrecieran algo realmente diferente nuevo, fresco. A veces me daba la impresión de adivinar antes de abrir el periódico, lo que iba a encontrar en sus artículos.
Y todo se volvía cíclico, repetitivo: mis “pesadillas” (por que en realidad, eran hasta cierto punto agradables, pues era lo único que más o menos se acercaba a lo que quería) eran las mismas, noche a noche, pero cambiaban un poco, a veces la víctima era una señora, otras veces un niño o un joven y hubo una o dos donde fue un perro. Pero el asesinato era el mismo… la misma forma, el mismo modus, el mismo ritual. Y también la nota roja. Se había vuelto aburrida, tediosa: los mismos accidentes, balazos, cuchillos y asesinatos. Todos casi iguales, a veces era una señora, un muchacho joven o un niño. Incluso perros atropellados.
El último sueño que recuerdo, fue particularmente fresco, real. El asesino tomó un cable, y acercándose sigilosamente al respaldo de la mecedora, rodeó con el cable el cuello de la joven que dormitaba. Suave, al principio, fue poco a poco aplicando más y más fuerza, hasta que sofocada, despertó. Antes de que pudiera emitir el menor sonido, él presiono más, la dejó sin poder gritar. Mientras que, con una mano jalaba el cable y le cortaba la respiración (lo suficiente para debilitarla sin matarla todavía) con la otra, sacó el largo cuchillo de su bota, y rodeando la mecedora se puso frente a ella. Lenta, pero decididamente, comenzó a trazar una línea carmesí a lo largo de su garganta, que se abrió como un suave y jugoso mango, derramando todo su néctar en sus manos, y mientras le miraba fijamente a los ojos, notó una expresión en su mirada, mezcla de terror, furia y resignación, que lo hicieron sentir el hombre más sereno, tranquilo, feliz. Se sentía realmente poseedor de un secreto terrible, pero hermoso: la muerte.
Ahora, ya no se que hacer con mi sueño… pero tampoco se que hacer con el cuchillo y las mangas de mi camisa teñidas.

DesEO-AniMaL
2 comentarios:
uy.....que macabro este tema!!!...y me gusta...me gusta muchisimo....
en las peliculas las cosas se ven fingidas pero es solo por la pantalla. son tan reales.como la vida misma. por eso a veces veo mi vida como una pelicula. y quisiera ver mi muerte como una....una en la que todo fuera tranquilo y hermoso, una en la que desopues de muerta siguiera existiendo.
hola, regreso en este 2009, y veo que no has escrito algo nuevo, al menos aqui, que pena...me gustaba eso.poeta.
ahora veo este post y la cara del asesino, que linda cara tiene!!! parace un niño aburrido, me dan ganas de lavarle las manos y poner a remogar su camiseta.
Recuerdo muchas muertes, y deseo no saber de mas en muuuuuuuucho tiempo, bueno , de mas muertes reales no. toads las que sean fingidas...bienvenidas!!!
te dejo un abrazo muy fuerte y un gran cariño. Siempre
GOTA DE TINTA
http://gotadetinta28.blogspot.com
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